En esta oportunidad exploraremos los efectos del cannabis en el cuerpo para entender mejor cómo afecta a nuestro organismo. Comúnmente, se asocian ciertos efectos secundarios al consumo de cannabis, como la boca seca, ojos rojos y el aumento del apetito. ¡Comencemos!
Para comprender mejor cómo actúa el cannabis en nuestro cuerpo, es importante conocer los cannabinoides. El THC y el CBD son ejemplos de estos compuestos presentes en el cannabis, y aunque pronunciar su nombre puede ser un desafío, lo crucial es entender que existen más de 100 cannabinoides diferentes. De entre ellos, el THC es psicoactivo, mientras que el CBD no lo es.
Los cannabinoides interactúan con los receptores cannabinoides ubicados en la superficie de nuestras células. Estos receptores forman parte de un sistema más amplio conocido como el sistema endocannabinoide, que aún guarda muchos secretos por descubrir.
Cuando consumimos THC o productos de cannabis, estos compuestos no solo afectan al cerebro, sino que también interactúan con los tejidos de todo el cuerpo. Uno de los primeros órganos en verse influenciado es el corazón.
El THC acelera la frecuencia cardíaca, lo que a su vez aumenta la presión sanguínea. La aorta ascendente, el vaso sanguíneo más grande del cuerpo, experimenta este aumento de presión.
Sin embargo, pasados entre 5 y 15 minutos, la frecuencia cardíaca disminuye, junto con la presión sanguínea. Este descenso en la presión sanguínea puede hacer que los ojos reaccionen de manera peculiar, ya que también cuentan con receptores cannabinoides. Los vasos sanguíneos en los ojos se dilatan debido a la menor presión, lo que provoca que los ojos se enrojezcan gradualmente.
Es importante destacar que este enrojecimiento no ocurre de inmediato después de consumir THC; es un proceso que lleva su tiempo. Otra consecuencia común del uso de cannabis es la sensación de boca seca. Para comprender esto, es necesario conocer cómo se mantiene la boca lubricada.
La saliva es producida por varias glándulas salivales en la boca, una de las cuales es la glándula salival submandibular. Estas glándulas secretan saliva en la cavidad oral, cumpliendo diversas funciones, incluyendo la lubricación de la boca. Además, la saliva contiene enzimas digestivas que ayudan a descomponer alimentos, como el almidón. El THC se une a estas glándulas salivales, disminuyendo la producción de saliva.
Los conductos salivales transportan la saliva hacia la boca, y cuando la producción de saliva disminuye debido al THC, experimentamos la sensación de boca seca.
Es importante señalar que durante mucho tiempo se creyó que estos efectos estaban relacionados con el humo del cannabis, lo que tenía sentido dado que el humo es caliente y seco. Sin embargo, cuando surgieron productos de cannabis sin humo, como comestibles, las personas aún experimentaban sequedad bucal y ojos rojos. Esto indicó que había otros factores involucrados, y aquí es donde entra en juego el sistema endocannabinoide, que aún alberga muchos misterios sin resolver.
Ahora, pasemos a uno de los efectos secundarios más conocidos y apreciados del consumo de cannabis: el aumento del apetito.
Para entender un poco mejor esta situación debemos hacer mención del hipotálamo, una región crucial del cerebro que actúa como un ‘termostato’ para mantener el equilibrio en muchas funciones del cuerpo. Su función principal es asegurarse de que las cosas funcionen ni demasiado alto ni demasiado bajo, en otras palabras, mantener un equilibrio.
Dentro del hipotálamo, se encuentran neuronas microscópicas, conocidas como las neuronas POMC, que desempeñan un papel esencial en hacernos sentir saciados después de comer. Cuando estas neuronas se activan, dejamos de sentir la necesidad de comer más.
Sin embargo, el THC, al unirse a los receptores cannabinoides en estas neuronas POMC, activa un proceso que resulta en la creación de endorfinas. Cuando estas endorfinas se combinan con la activación de las neuronas POMC, ocurren cosas interesantes que aún no comprendemos por completo, pero que nos generan hambre.
El hambre se genera debido a esta compleja interacción entre el THC, las neuronas POMC, las endorfinas y otras hormonas como la leptina y la grelina, que también están relacionadas con la sensación 1de hambre y saciedad. A pesar de que estés comiendo una bolsa entera de papas fritas, esa sensación de hambre persiste, lo que subraya la fascinación y la complejidad del sistema endocannabinoide.
Si bien hemos estado explorando algunos de los efectos secundarios del THC, es importante destacar que no todo en el THC es perjudicial. Muchos de estos efectos se deben a dosis excesivamente altas y, en gran parte, a los riesgos asociados con el consumo de cannabis a través del humo. Sin embargo, es fundamental recordar que existen otros métodos de consumo, así como dosis moderadas, que pueden ofrecer beneficios para la salud en lugar de efectos adversos.
Por ejemplo, métodos de consumo como la vaporización y la ingestión de comestibles permiten una administración más controlada y segura del THC. La vaporización calienta el cannabis a una temperatura en la que se liberan sus compuestos activos, incluido el THC, sin producir humo ni sus efectos nocivos. Los comestibles, por otro lado, ofrecen una forma discreta y precisa de ingerir cannabis, permitiendo un mejor control de la dosis.
Además, el THC no es el único protagonista en la planta de cannabis. Existen otros cannabinoides con propiedades beneficiosas para la salud, como el CBD (cannabidiol), que se ha utilizado en una variedad de aplicaciones terapéuticas. El CBD no tiene efectos psicoactivos y ha demostrado su potencial en el alivio del dolor, la ansiedad, la inflamación y otros trastornos médicos.
De hecho, el cannabis es una planta rica en cannabinoides, y cada uno de ellos puede tener un impacto diferente en el cuerpo. Investigaciones científicas continúan explorando los beneficios potenciales de otros cannabinoides menos conocidos, como el CBG (cannabigerol) y el CBN (cannabinol).
En resumen, si bien es importante estar consciente de los posibles efectos secundarios del THC, también es crucial reconocer que existen métodos de consumo y dosificaciones que pueden brindar beneficios terapéuticos sin los efectos no deseados.